1.11.06

La crítica de Clarín

TEATRO : CRITICA
Las cosas por su nombre
Notables actuaciones y una vital puesta de "Cuchillos en gallinas", una obra del escocés David Harrower.
TRABAJOS. Gaby Ferrero, Diego Velázquez y Juan Minujin, un triángulo trágico

Ficha
DRAMATURGIA DAVID HARROWER
DIRECCION ALEJANDRO TANTANIAN
ELENCO GABY FERRERO, DIEGO VELAZQUEZ, JUAN MINUJIN
ESCENOGRAFIA ORIA PUPPO
MUSICA GUILLERMINA ETKIN
LUGAR TEATRO SAN MARTIN, CORRIENTES 1530.
MUY BUENO


Camilo Sánchez

Ella, Mujer Joven, la sin nombre para el mundo, está obsesionada con los nombres del mundo. Un charco —se pregunta— cuando se leen en él las pisadas de los pájaros, cuando refleja el último sol, cuando deja ver las grietas de la tierra, ¿sigue llamándose charco? Y gira en el aire, ella, la que tiene sed y ansiedad por el lenguaje de las cosas, como un árbol gira sacudido por los vientos, y pregunta cómo se llama eso que sucede cuando el viento deja ver la parte de abajo de las hojas. "Las cosas cambian cada vez que las miro", se desespera la mujer para, al nombrar, poder avanzar un paso más allá, en busca de dios o de lo que sea, y acaso darse el nombre que le han negado.


La historia de un triángulo clásico, la tragedia que se vislumbra, pero más que nada la obra Cuchillos en gallinas —que escribió el escocés David Harrower en 1995— habla de los alcances y derrotas de la lengua: ese espejo con vida propia. Pony William (Diego Velázquez), el esposo de Mujer Joven, tiene las palabras de ella resueltas en su cuerpo. Gilbert, el Molinero (Juan Minujin), las mediatiza en la escritura. De ahí la opresión y el encantamiento: el primero le dicta violentamente los nombres; el segundo, parece instalarla frente a ellos. La Mujer Joven (Gaby Ferrero) aprende finalmente que el lenguaje es también, y al mismo tiempo, bastón y ancla, y avanza sobre su propio destino por encima de la tragedia.

La vitalidad de la puesta de Alejandro Tantanian se percibe en cuestiones abstractas, la manera en que el texto cobra vida, las reacciones y la muy ajustada presencia en escena de los tres protagonistas. Y la vitalidad se refleja en cuestiones más concretas: el olor de las naranjas, el sordo ruido del maíz cuando es pisado, la harina que sobrevuela el aire, unos caballitos que cobran vida propia en el momento exacto. En ese sentido, la escenografía de Oria Puppo es jocunda: una tonelada y media de juncos como una lluvia opresiva y unos doscientos kilos de maíz como alfombra, una visión del campo domesticado.

El relato, ambientado en una zona rural del siglo XVIII, adquiere profundidad cuando se muestran los diversos grados de opresión que padece Mujer Joven. Aunque es cierto que la línea de acción tiende a diluirse en tanto se avecina la tragedia. El viraje de Williams, su renunciamiento, o la decisión fatal de Mujer Joven, parecen producirse en medio de quiebres o saltos algo abruptos en la continuidad de la historia.

La iluminación de Jorge Pastorino es inquietante y acompaña el cambio de escenas, cuya escenografía es modificada por los propios actores. Hay, por último, un atajo a la trama principal muy interesante: el molinero que se queda con un diezmo comercial por su trabajo y carga con un odio general del que se hace cargo. Y denuncia, a su vez, asqueado, el estado de adormecimiento de los habitantes de la aldea, "sin poder sobre la lengua de los demás".

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