3.11.06

En La Nación, hoy

Un mundo donde se impone la belleza

Escena de la obra de David Harrower

Cuchillos en gallinas, de David Harrower. Intérpretes: Gaby Ferrero, Juan Minujín, Diego Velázquez. Asesoría literaria: Josefinda Delgado. Asesoramiento en magia: Matías Race. Música: Guillermina Etkin. Iluminación: Jorge Pastorino. Escenografía y vestuario: Oria Puppo. Dirección: Alejandro Tantanian. En el Teatro San Martín.
Nuestra opinión: bueno

El escocés David Harrower se da a conocer por primera vez en Buenos Aires y a través de su primer texto teatral, estrenado en Edimburgo en 1995, Cuchillos en gallinas . En una primera mirada puede decirse que se trata de una tragedia rural cargada de condimentos simples, aunque muy efectivos a la hora de promover cierta conmoción en la conducta del espectador.

Profundizando la observación se podrá reparar en que a Harrower le interesan esos seres simples y ese ambiente hostil para proponer un intenso juego con el lenguaje, lo que posibilitará revelar sus cualidades de manera muy diferente. Los tres personajes que conforman la historia hacen uso de ese lenguaje de manera elocuente, con diferencias bien marcadas en cada caso.

La trama de Cuchillos en gallinas es pequeña. Una mujer convive con un campesino en un ámbito muy tradicional culturalmente, pero no por eso privativo de ciertos excesos. Un molinero, de historia personal muy oscura, se cruza en sus destinos y provoca un intenso cambio de rumbo en la vida del matrimonio.

La mujer es quien deviene en gran protagonista de la historia. Es ella la que carga con las preguntas y busca respuestas; es ella la que, ansiosa por transitar caminos menos sinuosos, prefiere sostener una mentira antes que vivir a la sombra de su hombre, que es lo mismo que decir escondida en un mundo brutal sin vitalidad. Sus diálogos con el molinero son definitorios para sus decisiones.

En un marco escenográfico sumamente preciosista de Oria Puppo, magníficamente iluminado por Jorge Pastorino, el director Alejandro Tantanian dispone a sus actores -Gaby Ferrero, Juan Minujín y Diego Velázquez- de manera singular.

En ese tratamiento del espacio, sin dudas, hay una profunda investigación que incluye la disposición de los intérpretes de una manera sumamente equilibrada. Cada uno de los personajes hace del espacio un lugar de pertenencia primordial y lo embellece con su presencia de forma muy acabada.

Juego formal

En ese sentido, Tantanian impone un fuerte juego formal en su propuesta. El espectador no reconocerá a fondo los mundos privados de los personajes, los sentimientos que los alcanzan. Sólo reparará en sus dichos bajo unas cualidades de actuación dominadas por una llamativa neutralidad. En ese profundo marco de belleza escenográfico no hay lugar para actos descontrolados, conductas brutales signadas por la hostilidad del paisaje, aunque ciertas citas aporten referencias a eso.

Así, la tragedia no alcanzará su máximo clímax en ese lugar. Pero el espectador se llevará consigo una intensa realidad: las palabras pronunciadas, los cuerpos en actividad y una luz que los esconderá o descubrirá continuamente irán acumulando en su cuerpo sensaciones diversas, y la suma de todas ellas devolverá la imagen de un mundo contemporáneo en el que lo bello parece imponerse a cualquier rasgo de miedo, dolor o desgarro.

Una reflexión última queda en el público y la experiencia personal de cada uno le posibilitará desentrañar el verdadero valor de esos seres que, durante algo más de una hora, cruzaron sus mundos en escena: bellos siempre, pero patéticamente desarmados.

Carlos Pacheco

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