La Medea protagonizada por Inda Ledesma fue el espectáculo que me obligó a hacer teatro de una vez y para siempre: a ella le debo este camino. El olvido se apodera de todo: incluso de los grandes nombres: no quiero volverme sentimental, pero Inda Ledesma está en esta ciudad que nos alberga a todos y cada uno de nosotros y nada sabemos de ella: nada parece importarnos sobre lo que ella hace o piensa o intenta decir. El silencio es la puerta para que las aguas del Leteo se apoderen de las ciudades.
Roberto Villanueva era un artista tan enorme como su timidez. Tuve el privilegio de que dirigiera una obra mía: La tercera parte del mar. Fue un lector único de mi texto. No pudimos hablar demasiado: yo era muy chico y él era muy tímido o al revés. No importa. Sólo sé que me gusta pensar en él cuando dirijo: me gusta pensar en la libertad de Roberto, en la puesta de Las Variaciones Goldberg tan parecida a nada, tan libre. Su gesto era la libertad: y no quiero volverme cursi tampoco, sólo creo que el maestro Villanueva supo decir hasta el último de sus días que el teatro era eso: un profundo y maravilloso juego. Y su espíritu sigue presente. Ansío esa libertad en mí. El amor por la música lo compartimos.
5.10.06
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